El oficio de zapatero era primordial dentro del conjunto de la burguesía ciudadana. Su actividad colectiva hizo nacer diversas asociaciones profesionales que tan pronto se unían como se separaban, formando las cofradías correspondientes con las consiguientes advocaciones. Pero de todo este hacer y deshacer hay que remarcar, y es que gracias a este ir y venir nos dejaron una gran variedad de obras de arte, tanto pictóricas como arquitectónicas.
Trasera de la bandera de la Cofradía de San Marcos de Barcelona. (Fotografía: Antoni Mas i Amat) |
Hay que remontar a la existencia corporativa de los zapateros al 1202 con la fundación de la Cofradía de San Marcos y desde el 1257 era representado en el Consejo de Ciento. Pero, las primeras ordenanzas que se conocen corresponden al 1405. A partir del siglo XV fueron uno de los primeros gremios barceloneses que contaba con una importante casa gremial. La cofradía de los oficiales zapateros se constituyó en el siglo XIV, uniéndose con el de los maestros en el año 1390, pero sin acabar de entenderse y se volvieron a separar en el 1547 hasta el 1618, en que el Consejo de Ciento los abolió, llegando finalmente a la concordia a partir del 1767. En el 1479 formaron un grupo marginal los zapateros remendones con la cofradía bajo la advocación de San Crispín y San Crispiniano, pero faltos de iniciativa legal y con la mísera situación económica estaban bajo el control del Gremio de Maestros. El año 1623 y el 1670 el Gremio de Maestros zapateros recibió las ordenanzas por que se regía y aun obtuvo de nuevas en el año 1800. Cuando llegó la supresión del sistema gremial, los zapateros todavía pudieron superarla y su vida corporativa llegó al siglo XX.
San Marcos Evangelista, en su Capilla de la Catedral de Barcelona. |
Actualmente, todavía el gremio de zapateros celebra en la catedral barcelonesa, en el altar de San Marcos un oficio solemne, música y reparto de flores, para honorar a sus santos patrones, como hace cientos de años lo hacia en la primitiva catedral románica. La moda, el oficio, los nombres y las formas han cambiado, pero persiste la vitalidad del gremio, que es lo que interesa. Como interesa la pervivencia de su casa gremial obra del siglo XVI, alzada en la desaparecida calle de la Corríbia, delante de la Sede, y que ha sido trasladada hoy día a la plaza de San Felipe Neri, donde está instalado un importante Museo del Calzado, joya de un gremio creado con anterioridad al de zapateros de París, que pasa por ser el más antiguo de Europa.
A partir de ahora deberé tener mucho cuidado, ya que es necesario distinguir entre los maestros zapateros que confeccionaban los zapatos y los zapateros remendones que reparaban los zapatos viejos y los vendían en las ferias.
Ordenanzas del Gremio de Maestros Zapateros de Barcelona, aprobadas por el Real y Supremo Consejo de Castilla en 1800. |
Los zapateros remendones instalaron sus tiendas en la calle de La Espadería, y de aquí viene que nuestros antepasados la nombrasen calle de la Zapatería Vieja. En cambio, los zapateros de nuevo se instalaron en la calle de la Tapinería, donde se vendía el mejor calzado que existía. Aunque el nombre de Tapinería correspondía a otro oficio, que era el de fabricar "tapins", calzado parecido a una sandalia con la suela de corcho y forrado. Pero con el tiempo pasó la moda del "tapí" y fueron los zapateros de nuevo los que ocuparon la calle. Tenían los zapatos colgados a pares con un cordel cosido que unía cada zapato. En la puerta de la zapatería los dependientes gritaban a los que pasaban anunciando la mercancía diciendo: "¿Quiere de finos? ¿De las que no se descosen?" o también: "¡Mire, nena, que zapatos tan bonitos!" Yo aún tengo una visión lejana de la infancia.
Los zapatos sólo los usaban aquellos que podían, los que tenían dinero o bien para los días de lluvia, por eso cuando usaba los zapatos en días serenos solía decirse: Mira don nadie que lleva zapatos, y está sereno.
"El Gremio de los Maestros Zapateros" de A. Capmany y A. Durán Ediciones Aymá, Barcelona (1944). |
Los zapatos de Barcelona eran apreciados en todas partes por su alta calidad y esto hacía que los forasteros que llegaban a Barcelona aprovecharan para comprarse un par de zapatos fabricados en nuestra ciudad. Por esta razón habían muchos zapateros establecidos cerca de la playa para dar más posibilidades de compra a los forasteros llegados por vía marítima. Mi abuela materna, que era una folclórica viviente, cantaba una canción que no recuerdo entera, pero que decía: Zapatero trabaja, bajo la muralla, maestro ñiñol...que confirma la existencia de esos establecimientos.
La ciudad velaba tanto por la fama de nuestro calzado y guardaba con celo su crédito, que vigilaba constantemente para garantizar la máxima pureza y calidad. En cierta ocasión, al revisar una partida de calzado que debía ser embarcada al extranjero, alguien observó que había fraude en algunos pares y en algunas partes de los zapatos que fue decidido quemar en plena calle, delante del edificio gremial, el artículo deficiente y como deshonor de los que habían faltado a las ordenanzas establecidas en cuanto a materiales y a calidad. Después los veedores examinaron detenidamente las cenizas para asegurarse de que no había quedado rastro alguno del género que pudiera desacreditar el nombre de Barcelona.
Eran tan buenos los zapatos barceloneses, que un par duraba años, y cuando por el desgaste natural había alguna parte que fallara, se llevaban al zapatero de viejo, para que repara la parte dañada, y se llegaba al extremo de reparaciones, que habían pares de zapatos, que de la parte original, ya no quedaba nada. Pero es que antes la gente ahorraba y aprovechaba mucho.
Hoy en día las máquinas lo hacen todo y han desaparecido los maestros zapateros, grandes fábricas producen calzado para suministrar a todo el mundo. La maquinaria corta, cose, pica, clava y lo hace todo. El remendón también va desapareciendo. ¿Quien se hace arreglar los zapatos hoy? A la que algo se rompe, a comprarse unos de nuevos, que todos somos muy ricos...
El zapatero remendón era un oficio pobre y, como que "la cuerda siempre se rompe por el sitio más débil", los pobres remendones eran los que pagaban los platos rotos en la mordacidad popular, que los consideraba perezosos y sucios.
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Texto extraído de:
Oficios que se pierden
David Griñó
Oficios que se pierden
David Griñó
Editorial Millà. Barcelona, 1981
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