No busque el curioso esta palabra en el novísimo Diccionario de la Academia, ni en ninguno de los anteriores, porque sería diligencia perdida; la tal palabra no se halla incluida en ellos. Para saber lo que significa hay dos caminos. Primero tomar el tren y dejarlo en Sigüenza, y subir en este punto en un coche que, en cuatro horas, hace el recorrido desde aquella ciudad a la muy noble y leal Villa de Atienza. Segundo, leer este artículo mío.
Lo primero es algo molesto, por la mala noche y el traqueteo del ferrocarril y del carruaje al través de terrenos nada pintorescos. Lo segundo es mucho más cómodo; no hay sino leer estos renglones, de sobremesa, al lado de la bien provista chimenea, entre bocanada y bocanada de rico habano y sorbo y sorbo de exquisito moka, y de este modo mi prosa, no menos árida que las llanuras castellanas, merecerá indulgencia, que nada predispone tanto a ella como el reposado curso de una buena digestión.
A los que se decidan por este segundo camino les diré que Atienza es una población que tiene 2.100 habitantes, y se halla situada en la provincia de Guadalajara, en el punto de arranque de la Cordillera Carpeto-Vetónica, la cual divide en dos partes no muy proporcionadas la Península, y forma por su elevación un valladar que solo tras luengos años de fatiga lograron franquear los cristianos en la epopeya de la Reconquista, sirviendo hasta el día de hoy en que lo consiguieron de frontera entre ellos y los árabes.
A los pies de las primeras estribaciones de esta cordillera, conocidas como pico Ocejón y Alto Rey, se encuentra el cerro en cuya falda se recuesta Atienza, que venía a ser como la llave de aquella garganta, único paso relativamente cómodo y seguro de Castilla la Vieja, ya cristiana, a Castilla la Nueva, aún agarena; así pues, no es de extrañar que, buscando la facilidad de este paso, le aprovechara Ordoño II para entrar por él en tierra mora en aquella memorable expedición del año 917, en la cual, a decir del cronista Sampiro, llegó el victorioso monarca hasta muy cerca de Córdoba; ni que Almanzor tomara igual camino, aunque en dirección contraria, cuando buscando nuevas glorias halló la derrota en Calatañazor; ni, finalmente, que el Cid siguiera el mismo derrotero cuando, en desavenencias con Alfonso VI, llegó al extremo oriental de la Península trabajando por cuenta propia.
Cuando, por sucesivas conquistas, Atienza dejó de ser lugar fronterizo, la piedad u magnificencia de los reyes la adornaron espléndidamente, como puede observar el viajero en las cinco parroquias que aún quedan en pie, en las cuales aguarda con toda su gallarda y robusta elegancia el más puro estilo románico, que derrochó sus galas en la cuadrada torre y abocinado pórtico de Santa María del Rey, en la lonja o atrio exterior de San Bartolomé y en la notabilísima portada de Santa María del Val.
Son los vecinos de Atienza en extremo aficionados a la conservación de sus antigüedades y al respeto a las añejas tradiciones de su villa, y entre estas tradiciones ocupa el primer lugar la celebración de La Caballada.
Designan ellos con este nombre a la brillante cabalgata que se forma en la plaza Mayor a la mañana del domingo de Pentecostés. Marchan a la cabeza de la pintoresca comparsa seis músicos entre tamborileros y gaiteros, cabalgando reposados asnos; van detrás de los músicos hasta cuarenta labradores, vestidos con coleto, calzón y polainas, y jinetes en caballos, mulos o borricos. Uno de los labradores enarbola el histórico pendón de la cofradía, de colores rojo, blanco y verde, que lleva en el centro, y bordados sobre una cruz también verde, las armas de la Hermandad, que son un castillo, un león, una reja y una aguijada. Una docena de hermanos, con la clásica capa parda de las grandes solemnidades, el priostre o hermano mayor y el capellán de la cofradía montan mulas ricamente enjaezadas y van cerrando la marcha.
Baja la cofradía por las empinadas y tortuosas calles de la villa; sale de ella por histórico portillo y se dirige a la ermita de Nuestra Señora de la Estrella, y después de asistir devotamente a los divinos oficios se desparrama por el ameno y deleitoso prado que rodea a la ermita, y forma animados corros que saborean las bien sazonadas meriendas. Sigue al yantar el danzar, y el priostre da comienzo al baile, bailando delante de la imagen de la Virgen como si fuera su pareja. A la tarde, y como fin de fiesta, lucen los mozos su valor y destreza corriendo los caballos a la usanza de la Edad Media, y formando con ellos artísticas combinaciones, como en un moderno carrusel.
El origen de la cofradía que tan típicas fiestas celebra es nobilísimo por su antigüedad y por el hecho que fue causa de aquel. Para encontrar este hecho hemos de remontarnos a una de las épocas más calamitosas de la Edad Media, a la minoridad de Alfonso VIII.
Dispuntábanse su tutela los Castros y los Lara. Intervino en la contienda don Fernando II de León y so pretexto de defender a los primeros taló y saqueó gran parte del reino de Castilla. Los Lara, viendo mal parada su causa prestaron homenaje al monarca leonés, le prometieron entregarle el gobierno del reino, las rentas reales por espacio de doce años y la tutela de Alfonso, y convocaron cortes en Soria para confirmar lo convenido, pero cuando ya el niño iba a ser entregado a su tío, un noble le robó y lo llevó a San Esteban de Gormaz. Acudió a este punto Manrique de Lara, y cambiando de parecer respecto a sus tratos con don Fernando, llevóse a Alfonso al castillo de Atienza por ser lugar muy seguro; dirigióse a esta población el Rey de León y entonces el de Lara disfrazó de recuero o arriero al futuro héroe de las Navas, y en compañía de los recueros de Atienza le trasladó a Ávila.
En recompensa de este servicio que le prestaron en su niñez, Alfonso VIII permitió más tarde a los recueros de Atienza que formaran una cofradía o hermandad, cuyas ordenanzas son, según la docta opinión del académico de la Historia don Juan Catalina García, las más antiguas de corporación civil que se conocen; el pergamino en que se hallan consignadas pertenece a fines del siglo XII o principios del XIII.
Y si el lector dudare de la veracidad de lo que precede, haga su viajecito a Atienza, donde podrá admirar muchos y magníficos monumentos y documentos valiosísimos, y donde acaso pueda ser finamente recibido y agasajado, como lo fue al menos el que suscribe cuando, en compañía de varios señores de la Sociedad Española de Excursiones tuvo el gusto de visitar aquella histórica villa.
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Artículo procedente de:
La Alcarria Ilustrada. Revista histórica y literaria Año III. Número 5 - 5 de mayo de 1900.
La Minerva Tipográfica. Sigüenza (Guadalajara)
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