martes, 30 de junio de 2015

Sobre las Constituciones de la Archicofradía de la Caridad y Paz de Madrid y los condenados a muerte


El miembro de la Real Academia de Medicina y senador vitalicio, D. Ángel Pulido Fernández (1) en su obra «La pena de capital en España», publicada en Madrid en 1897, tratando el tema de las bárbaros procedimientos en relación a la ejecución de la pena capital, habla sobre las disposiciones que había presentes en las «Constituciones de la Real y Primitiva Archicofradía de Nuestra Señora de la Caridad y Paz» de Madrid, y en dónde se daban diferentes instrucciones según fuera el caso de la pena capital aplicada al reo, ya fuera agarrotado, ahorcado, descuartizado, con reparto de miembros y exposición en parajes públicos, arcabuceado, etc. Además, en dichas constituciones se tratan también otros aspectos llamativos, como la indumentaria que debía llevar el reo según fuera la forma de ajusticiamiento o el delito cometido.

"Ajusticiado"
 Leonardo Alenza y Nieto (1807-1845)

D. Ángel Pulido Fernández cuenta como fue la bárbara ejecución de James Scott (1649-1685), I duque de Monmouth e hijo natural del rey Carlos II de Inglaterra (*), haciéndose eco de la descripción que hizo George Otto Trevelyan (1838- 1928) en una de sus obras: "[...] y el duque de Monmouth, cuya ejecución por luchas políticas verificadas, describe Macaulay en el libro V de su Historia de la Revolución inglesa, y que habiendo entregado seis guineas al verdugo Juan Ketch para que le matase bien y no le diera tres ó cuatro hachazos como hizo con lord Russell, luego recibe una serie de ellos en la cabeza, y mientras se agita sin morir ve que el verdugo arroja el instrumento al suelo, diciendo: ¡No puedo, me falta el valor!, que, por fin coge de nuevo el hacha, dale dos golpes más, y todavía hubo de acabar de amputarle la cabeza a tajos de cuchillo; ambas ilustres figuras, repito, y otras de su índole igualmente atormentadas en el acto del suplicio, denuncian cuán bárbaros y feroces han sido los procedimientos de la humana justicia, y cuán generosas y razonables han podido estimarse las propagandas y disposiciones que han tratado de borrar para siempre de los Códigos la pena de muerte.

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